Prehistoria

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El lugar en el que nos encontramos se corresponde con la rama occidental de la cordillera Ibérica, justo en el triángulo que conforman el valle del Ebro y las cuencas altas de los ríos Tajo, Duero y Turia. Hoy es una zona deprimida, acuciada por el mal de la despoblación, pero en otro tiempo tuvo cierta importancia, ya que coincidía con el nudo formado por las vías de comunicación entre Levante, el Valle del Ebro y la Meseta Norte, y las dos submesetas.

La última retirada de los hielos se produce hace 9.000 años y da lugar a la aparición de una mayor variedad de especies vegetales. Estas circunstancias posibilitan que 2.000 años más tarde aparezcan las primeras poblaciones estables. En el Neolítico, los moradores de estas tierras empiezan a permanecer cada vez más tiempo en el mismo lugar. Las sociedades que hasta entonces eran cazadoras y recolectaros inician una competición por el territorio. De esta época se han hallado pinturas rupestres en la Sierra de Caldereros, tanto de tipo naturalista, como esquemáticas.

En la zona, se han encontrado jascales, láminas y microláminas del epipaleolítico con 11.000 y 7.000 años de antigüedad procedentes de Canales de Molina y Pardos, así como un hacha pulimentada de hace 5.000 años (Neolítico) y un buril denticulado, también con 5.000 años de antigüedad, procedente de Aguilar de Anguita.

A partir del 1.500 a.C. las evidencias de poblamientos son más escasas, hasta que desaparecen. Habrá que esperar hasta el año 1.100 a.C. cuando vuelven a surgir nuevos asentamientos, pequeñas colonias dedicadas a la agricultura y a la actividad minera, que residen en cabañas.

La creación de las rutas comerciales de largo recorrido fomentan también los contactos culturales de larga distancia. La competencia por controlar la riqueza disponible hace que las civilizaciones se encastillen en lugares altos y de alto valor estratégico. «Por primera vez individuos concretos se apropiarán del territorio señalizándolo con sus símbolos personales», reza otro de los paneles.

Nos encontramos las puertas de la Edad de Hierro y con los primeros asentamientos celtíberos, más estables, en los que las cabañas se convierten en construcciones sólidas de adobe, adosadas a un recinto amurallado. Se trata de sociedades con una economía de tipo campesino, en la que las actividades principales son la agricultura y la ganadería, aunque se establecen contactos de tipo comercial, sobre todo con el Mediterráneo. También practican la caza del ciervo, la liebre, el tejón y el jabalí.

Aquí la muestra recoge algunos objetos llamativos como un contenedor con 2.850 años procedente de Cubillejo de la Sierra. Una Sítula pintada del poblado de Peña Moñuz con 2.400 años. Un vaso, una copa y una tapadera, de hace 2.550 años del castro de Herrería; así como varias fusayolas (piezas de un telar) con 2.300 años procedentes de la necrópolis de La Yunta, entre otros objetos curiosos.

El dominio del metal

Durante las etapas finales de la prehistoria la metalurgia tuvo un papel fundamental. Los metales tienen aquí un alto nivel económico y simbólico por su escasez. Hace 2.800 años predomina el uso del bronce (una aleación de cobre y estaño), en el siglo VIII a. C. arranca la metalurgia del hierro. El Alto Tajo es la zona más rica en recursos metálicos de la Meseta Oriental. La actividad minera se remonta en esta zona a hace más de 4.000 años. Los pobladores de estas tierras pronto se convierten en excelentes forjadores de armas que tenían tanta calidad que pronto fueron adoptadas por los romanos. Un ejemplo de ellos es la espada corta que en latín denominaron «gladius».

Placas de cinturón, fíbulas, brazaletes o puntas de lanza de Aragoncillo y Herrería, y concretamente una de 2.200 años de antigüedad procedente Aragoncillo en muy buen estado de conservación, son algunos de los tesoros metálicos que representan a esta época cuando nos adentramos en la siguiente parte de esta exposición.

Influencia de la cerámica

Otro elemento importante es la cerámica, que se emplea a partir del Neolítico, primero elaborada mediante métodos manuales, lo que limita su forma y su tamaño, para después, a partir de hace 3.000 años, cuando se inventa el torno en el próximo Oriente, dar lugar a una mayor variedad de recipientes de una gran amplitud de tamaños y formas, lo que convierte a la cerámica en un producto comercial en sí mismo, además de un mero contenedor de líquidos o alimentos. Algunos vasos y recipientes con 2.200 años de antigüedad dan muestra de ello en esta exposición.

Piezas de un telar hallado en la necrópolis de La Yunta./Foto: Prensa Geoparque Molina-Alto Tajo.

Analizar la cultura de la muerte para saber cómo vivían

Celtíberos es el nombre que dieron los romanos a las civilizaciones que poblaron la Meseta Central entre los siglo VII y II a. C. La información para estudiar la organización social de aquellas comunidades procede de las necrópolis: «Los ajuares funerarios hallados en esos cementerios fueron identificados como masculinos o femeninos según el tipo de objetos que contuviesen: armas para los hombres y adornos para las mujeres», reza uno de los paneles.

Sin embargo, gracias a los nuevos métodos analíticos se puede afirmar que «ni los hombres eran tan guerreros, ni las mujeres tan insignificantes». Prueba de ello es que de las cuatro sepulturas con espadas halladas en el nivel III de la necrópolis de Herrería, tres eran de mujeres.

Parece ser que aquella sociedad, aun estando jerarquizada, tuvo unas desigualdades sociales menos acusadas que otros grupos culturales de la misma época. Los arqueólogos consideran que se trataba de una sociedad de jefatura, a cuya cabeza se encontraba un individuo (o individua) cuyo poder procedía, no de la fuerza, sino del prestigio a menudo obtenido por su capacidad de controlar recursos económicos, y en consecuencia, de redistribuirlos entre su grupo.

A partir del año 1.100 a.C. encontramos en la zona evidencias de enterramientos. El ritual que emplean es la cremación, aunque también se han registrado casos de inhumaciones en momentos concretos. El cadáver era incinerado en una pira acompañado por su ajuar. Tras la extinción del fuego tenía lugar el ritual de recogida de las cenizas que se colocaban en una urna cerámica, o en su defecto, en un hoyo directamente excavado en la tierra. Solo de manera ocasional, el cadáver no era incinerado, sino expuesto a la intemperie para ser devorado por los buitres u otras alimañas.

Las necrópolis solían cumplir ciertos requisitos, como ser visibles desde el poblado; encontrarse junto a la vía de comunicación más importante; y estar junto a un recurso hídrico, ya fuera un río, un arroyo, una fuente, etc.

Los enterramientos podían estar señalizados mediante un tumulto de tierra enmarcado por un conjunto de piedras en posición circular o rectangular.